Texto de Javier F. Lago "Flatline"
Han sido unas navidades muy duras, con recuerdos y ausencias. Y es que todos tenemos un jardín, un espacio natural en el que nos sentimos a gusto y seguros y donde estamos rodeados de los seres con los que nos relacionamos. Cada uno de nuestros seres queridos es un árbol en ese jardín. Por supuesto, ese espacio tiene sus zonas de sol y sus zonas de sombra, algunas partes están bien cuidadas y otras no tanto, pero es un jardín donde te sientes a gusto, porque en él están los árboles que te dan sombra y te protegen de la lluvia.
Un día pierdes a un ser querido, uno de esos árboles... y la sensación es como si te hubieran lanzado una bomba en el jardín. Es una explosión que sacude todo, te tira al suelo, te duele todo y te cuesta volver a levantarte. El jardín se ha llenado de un humo espeso que te impide ver o reaccionar. Te sientes impotente, inútil, no puedes hacer nada... el árbol se ha ido, y en su lugar hay ahora un cráter de tierra quemada y piedras rotas. Y no sólo tienes un desolador agujero en el suelo, el resto del jardín se ha llenado de cascotes y tierra, quedando hecho un desastre. Todo tu mundo se queda trastocado.
En un primer momento, no sabemos qué hacer. Nos quedamos mirando el cráter, dolidos. Nos ponemos de rodillas en su borde, para mirar dentro y ver si queda algo, pero solo encontramos vacío. No hay árbol, no queda nada de él, solo el recuerdo. Y lo peor es que al ponernos de rodillas y mirar, nos cortamos las rodillas con las piedras rotas del borde, y nos intoxicamos con el humo que todavía sale del interior. Y aún así, nos quedamos arrodillados junto al borde, haciéndonos daño.
Y así nos pasamos días o meses o años. Hipnotizados, mirando el cráter y sufriendo de rodillas ante él, desesperados. Y con el tiempo, el dolor y la desesperación se convierten en vacío y miedo. Vacío porque no tienes con qué llenar el cráter, y aunque lo hicieras, allí no volverá nunca a crecer nada. Miedo a que en el resto del jardín nos ocurra lo mismo. Miedo a perder más árboles. Miedo a encariñarnos con un árbol que un día desaparezca. Miedo a dejar de mirar el agujero en el suelo y tener que enfrentarnos con el resto del jardín.
No nos damos cuenta de que en el resto del jardín, que se había llenado de cascotes y tierra removida, hay árboles que hemos dejado de regar, y plantas que se han secado porque las dejamos llenas de tierra y escombros. Si dejamos el jardín así mucho tiempo, otros árboles también se deteriorarán y desaparecerán de nuestro jardín, puede que no con una explosión, pero sí secándose, hasta que un día aparecerán en el jardín de otro, donde los cuiden y los rieguen. Y de esa manera, hacemos que nuestros miedos se transformasen en realidad.
Así que un día, reaccionas, y decides que no puedes hacer nada, has perdido ese árbol y no tienes con qué tapar ese agujero en el suelo. Siempre va a quedar ese cráter ahí. Por tanto, lo único que te queda es limpiar el jardín, replantar alguna cosa, regar otra... poco a poco, el resto del jardín vuelve a la normalidad, los miedos poco a poco se disipan, pero siempre, de reojo, estás mirando el horrible cráter que ha quedado allí donde estaba tu querido árbol. Y hay días que estás alegre en otra parte del jardín, cultivando otros árboles y arreglando el terreno. Otros días vuelves a llorar al borde del cráter mirando dentro, haciéndote daño en las rodillas y temiendo perder más árboles.
Hasta que un día, sentado en el borde del cráter, te das cuenta de que se ha desgastado y lijado con el uso... sigue ahí, definido y constante, pero el borde ya no duele al arrodillarse. Y el interior se ha aplanado un poco, ya no es tierra removida y quemada, sino una superficie lisa y dura. Sigue siendo un agujero donde antes había un árbol, sigue faltando algo, pero el dolor, aunque está, es más soportable.
Cuando llega ese día, tienes la oportunidad de coger un cubo, traer agua, y convertir ese cráter en un pequeño estanque, donde a lo mejor un día los patos deciden posarse y los peces nadar. Nunca vas a volver a tener aquel árbol en tu jardín, pero sí puedes convertir el vacío en un estanque apacible y agradable, donde poder sentarte a recordar la maravillosa sombra de aquel árbol que ya no estará nunca más. Algunos días incluso te parece volver a ver el árbol en el reflejo del agua, y cuando eso ocurre, aunque te invade la melancolía, no dejas de disfrutar del resto del jardín ni de los recuerdos de aquel árbol. Y a veces, cuando eso ocurre, incluso puedes volver a sonreir en lugar de llorar.
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